La medicina cosmética es una práctica en crecimiento, siendo el rejuvenecimiento facial con la inyección de sustancias uno de los tratamientos más demandados. La American Society of Aesthetic Surgery reporta en 2016 más de 2,4 millones de tratamientos, solo con ácido hialurónico1. Muchos de estos procedimientos, lamentablemente, son efectuados por personas no calificadas: odontólogos, cosmetólogas, peluqueras y médicos no entrenados2. Esta realidad nos lleva a otra realidad, que es el aumento de las complicaciones. Algunas gravísimas (como ceguera3, accidente cerebrovascular o necrosis facial por oclusión vascular), con una incidencia de 1/6.000 inyecciones. Aunque la incidencia sea baja, al ser catastrófica nos debe llevar a la reflexión. ¿Se debe correr el riesgo de una catástrofe por un procedimiento cosmético? ¿El efector le explica al paciente estos riesgos? ¿Sabiendo los riesgos, el paciente aceptaría realizarse el procedimiento? ¿Cómo podemos prevenir estas complicaciones?
El relleno ideal no existe. Ningún material está exento de efectos adversos4. La gravedad y momento de aparición de las complicaciones es multifactorial: el producto, la capacitación del efector, productos inyectados previamente, la genética del paciente, variabilidad anatómica, etc.
Es cierto que el ácido hialurónico tiene la ventaja, sobre otros rellenos, de poder ser disuelto por la hialuronidasa en caso de complicaciones5. Pero no es menos cierto que en el caso de una oclusión de la arteria central de la retina, y la ceguera subsiguiente, en nuestro medio es imposible disolver la oclusión y revertir la ceguera.
El artículo de Mariluis et al. Evaluación del aporte ecográfico en estética: hallazgos faciales que inciden en la terapéutica nos permite preguntarnos si la utilización sistemática de la ecografía facial en todos o en algún subgrupo (relleno previo, prótesis o sospecha de variante anatómica) podría ser de utilidad para reducir las complicaciones. Interrogante muy acertado en estos tiempos de complicaciones en ascenso y dado que no existe otra medida predictiva (ya que los vasos no son visibles clínicamente y existen variaciones individuales en la anatomía de las arterias faciales). Sería muy oportuno intentar responder el interrogante planteado mediante un proyecto de investigación con un diseño prospectivo aleatorizado6, integrado a la práctica clínica habitual.
Desde el punto de vista metodológico cabe señalar que el diseño, debido a su carácter observacional y descriptivo, está expuesto a diferentes sesgos. El que resulta más evidente es el de selección, dado que solo se incluyeron pacientes con inyecciones faciales que se realizaron ecografía Doppler, por lo que cabe preguntarse cuántos son los pacientes que no se realizan ecografía de la totalidad de los pacientes que se realizan procedimientos faciales, qué características tienen, cómo es su tratamiento y su evolución posterior. También debemos señalar que 32 pacientes (27,8%) que se realizaron ecografía Doppler fueron excluidos debido a la falta de información acerca del tratamiento realizado posteriormente. No sabemos el universo de pacientes (número de procedimientos que realizaron esos médicos que refirieron los pacientes a ecografía), por ello los resultados pierden representatividad.
A pesar de estos sesgos, resalta la relevancia clínica de la utilización del eco Doppler debido al elevado poder predictor de cambio de conducta posterior, que fue del 60% en los pacientes en los que se realizó como parte de la planificación y del 100% en los casos con complicaciones. Por lo tanto, el artículo de Mariluis et al. plantea correctamente la pregunta sobre si la ecografía podría ser de utilidad para guiar la terapéutica.
Actualmente, la ecografía facial previa a los procedimientos cosméticos no es un procedimiento que se realice de forma sistemática; sería relevante investigar y certificar con evidencias sólidas si el uso sistemático de la ecografía previo o junto a los procedimientos cosméticos disminuye la incidencia de complicaciones posteriores.